miércoles, 23 de noviembre de 2016
martes, 22 de noviembre de 2016
El puente de hierro
Mis pies necesitaban un paréntesis. La mala elección del calzado me acababa de
provocar dos protuberancias de un centímetro de diámetro en cada talón, similares
a una burbuja. Ese hecho me incapacitó temporalmente. Cuatro días antes, bajé
de un autobús en la localidad donde Gaudí erigió el Palacio episcopal. Once años
atrás, en ese lugar tuve que interrumpir la promesa de recorrer el camino de
Santiago. Ahora jubilado, disponía de todo el tiempo para terminarlo cuando me
recuperase. Estaba leyendo en la cama de un hostal, la tarde anterior el farmacéutico
al que acudí, al ver el deplorable estado de mis extremidades inferiores, me
recomendó un breve descanso hasta que las heridas cauterizasen. Seguí su
consejo guardando reposo. Llevaba dos horas despierto, necesitaba ir al baño,
me incorporé, con cuidado me puse las chanclas, dejé las gafas
para lavarme, de repente: un griterío del exterior interrumpió mi aseo, sin secarme bien y olvidando las
lentes en la pileta, me acerqué a la ventana con premura. En la calle, un
séquito de hombres agasajaba a otro; lo
rodeaban, lo lanzaron al cielo gris del mediodía
para cogerlo otra vez, enfervorecidos gritaban su nombre, alguna señora le dio
un beso maternal, los canticos de la comitiva impregnaban la plaza con un
sonido carnavalesco que no comprendí. Cogí el teléfono móvil, entré en internet
para saber el motivo de esa celebración. Encendí el plasma que, anclado a la
pared permanecía apagado. Busqué el canal autonómico, fui pasando de uno en uno,
al llegar a Telecinco, me detuve un instante: unas chicas y chicos y viceversa,
debatían sin aspavientos si los poetas del siglo de oro fueron el génesis de los
actuales duelos de gallos entre raperos.
En el televisor no encontré nada, desistí, seguí indagando en la red. No podía
creer las noticias de la prensa digital, las crónicas decían lo siguiente: “Arrebatan
la alcaldía de una ciudad, gracias al voto de un concejal que diez años antes,
cuando ejercía de regidor de la misma, tuvo que dimitir por la sentencia de un
tribunal, al quedar demostrado el acoso sexual al que había sometido a una
concejala de su propio partido” Continué leyendo por la hemeroteca de varios
periódicos: En el dos mil tres se había formado un revuelo muy grande en los
medios de comunicación de todo el país que seguían el caso, la consorte del
presidente del gobierno por aquel entonces, le envió su apoyo incondicional al
alcalde -éste- pertenecía al mismo partido que su marido, aunque la concejala también lo era, casi nadie la arropó. Intentaron borrar el desagravio con una manifestación a favor de él, ediles de la misma formación y hasta un cantautor local sé postuló de su lado -No podía ser cierto -Hay algo que no es como
me dicen- pensaba-. Seguí hurgando para averiguar el paradero de ella. La
conclusión final a la que llegué después de contrastar opiniones, fue: La víctima
tuvo que exiliarse ante el revuelo que había desatado. En cambio él, volvió a
la política, regentaba varios negocios, y paseaba incólume por las calles,
sabiendo que el paso del tiempo sería su aliado. Un ¡ay! Quejumbroso retumbó en
mí interior, estúpida población estrafalaria –pensé-. La irónica efeméride
quedaría señalada vergonzosamente al
recordar la esperpéntica fecha en la que
estábamos: ocho de marzo de dos mil trece “día de la mujer” fúnebre final de un
chiste sin gracia. El significativo nombre del instituto de enseñanza que tenía tan cerca, invitaba a gritar la escueta expresión de Espronceda cobrando ésta un sentido
excelso. Solté un quejido agrio al pronunciar: ¡pobre ciudad sin memoria!
emblema de sainete vanguardista, tierra de niebla insana, donde la gente
permanecía mayormente alelada, dulcemente anestesiada, cómplice del tirano, verdugos
de la víctima. No pocas personas la mancillaron
hasta el escarnio público, con una
violencia verbal tan extremadamente cruel que se sintió culpable sin serlo.
Asqueada, desapareció como una proscrita. Nadie supo dónde, -mejor-excepto el círculo
familiar. Su delito; ser joven, guapa, y ambiciosa, atributos valorados en el
hombre, estigma que conducía al cadalso si era una dama. Hice una pausa para digerir
lo que acababa de conocer. Me picaban los ojos, eché en falta las gafas, fui a
buscarlas, me las puse y todo cambió. Salí al balcón desde donde divisaba la plaza.
Dentro del conjunto arquitectónico que la rodeaba, destacaba el frontispicio
consistorial acabado a principios del siglo dieciocho, un reloj dentro de una
torre situado hacia la derecha anunció la hora exacta sincronizado con el
tañido puntual de la campana que sonaba en ese preciso instante dos veces
seguidas. El suelo adoquinado estaba algo mojado, en el cielo se abrió un
gran claro, trazando la luz reverberante del principio de la tarde hacia los
bordes plateados de una farola, reflejando estos levemente, a la solitaria pareja
corcovaba de ancianos que cogidos de la mano, atravesaban sin hablar la plaza
sin aplauso. Suspiré aliviado al volver a contemplar la realidad meridiana de
la vida. Las noticias en la televisión contaban la crónica negra e invariable
del día a día, el presentador relataba con voz trémula la frase
lapidaria de un maltratador que dejó escrita en la habitación con la sangre aún
caliente de su esposa muerta antes de
suicidarse: -la mate porque era mía- Otra más -me dije-. Bajé a comer, mientras
esperaba por una mesa me entretuve ojeando el periódico, un titular llamativo
me incitó a leerlo: “desarticulada una banda de Europa del este dedicada a la
trata de blancas” -Nada nuevo -concluí- al llegar a las páginas finales, los
anuncios de sexo burdo ofrecían la carne igual que en un
mercado de abastos. Lo cerré malhumorado y murmuré -hipócritas- después
de meditar unos segundos salió de mis entrañas la última reflexión de ese extraño día -si hubiese sido
cierta la historia de la concejala estaba seguro que desaparecer le ayudó a
superarla- Sin las lentes, la visión grotesca
de la realidad me asustaba, Con ellas puestas todo seguía igual, nada cambiaba.
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