miércoles, 28 de diciembre de 2016
Salud mental
viernes, 23 de diciembre de 2016
Los desconocidos
El equipaje le pesaba un horror; aun así, prefirió no tomar un taxi, de esa forma ahorraría veinticinco euros. Después de aterrizar en el aeropuerto «Adolfo Suárez» en Madrid, caminó desde la terminal uno, hasta la parada del metro. Llegó agotada, mientras se recuperaba por el esfuerzo, esperó junto a un nutrido grupo de personas que como ella iban cargadas de maletas, bolsas y otras pertenencias. Línea ocho; en «nuevos ministerios» tomaría la línea diez con dirección hacia «Alonso Martínez», donde concluía su trayecto en el suburbano. No se percató de que alguien la seguía, tal vez por eso: cuando al abrirse las puertas del vagón en su parada, una voz amable de caballero se ofreció a bajarle las maletas, creyó en su bondad. El supuesto señor, con una mano le cogió una de sus maletas, introduciendo la otra sigilosamente dentro del bolso que le colgaba cerca de la cadera. Justo en ese instante: dos jóvenes gritaron -¡te está robando!-, el hombre puso cara de sorpresa al verse descubierto, echando a correr por las escaleras sin el preciado botín. Ella, asustada, ya fuera del vagón, no sabía muy bien que hacer, los dos chicos que dieron la voz de alarma también se bajaron en la parada de «Alonso Martínez». Al verla tan angustiada, se acercaron a ella y le contaron que el ladrón llevaba un rato al acecho, esperando el inminente bocado de una posible víctima. Agazapado como un depredador de la sabána de los que se ven en un documental televisivo. Por suerte para ella, el pasado veintitrés de diciembre, alguien intuyó lo que iba a suceder, observando pacientes entre los pasajeros, preparados para alertara cuando el cazador furtivo actuase. Después en la calle, la mujer les dio las gracias por subirle las maletas. Antes de llegar a casa de su hermana donde pasaría esa noche, me llamó. Los dos muchachos se despidieron, mezclándose con el resto de viandantes de la bulliciosa calle, las luces nocturnas del Madrid literario que nunca deja indiferente a nadie para lo bueno o lo malo, dejaron una huella de esperanza en Vanesa -mi mujer-. Con voz algo temblorosa empezó a relatarme lo que le acababa de suceder. Antes de colgar me dijo que no sabía como agradecerles lo que habían hecho por ella. Ambos guardamos un silencio breve, el ruido de los coches se coló a través de mi teléfono, cuando retomé la palabra le dije que parecía un buen cuento de navidad. Me contestó que el sentido de la justicia de quien ayuda no aumentaba ni disminuía dependiendo la época del año. Recordó también que uno de los chicos llevaba un libro en un bolsillo de la cazadora. Antes de finalizar la llamada me dijo que debía de ser menos pesimista, si era capaz de confiar y esperar, tal vez saliese de la depresión. Igual todo no esté perdido, -continuó diciéndome- puede que el mundo sea un lugar menos difícil de habitar mientras haya personas cerca de los libros. Hizo una pausa para tomar aire, me mandó un beso y colgó.
jueves, 22 de diciembre de 2016
La calle preciados
Mal vivía en Madrid: Rondaba los cuarenta, las pocas pertenencias que poseía las guardaba en un carro oxidado de la compra. Su cara sucia y arrugada delataba una vejez prematura. Tenía la sonrisa mellada, parecida a la fachada de un castillo en ruinas. Casi nunca molestaba, no le importaba a nadie, simplemente fue una incómoda estatua en movimiento de la calle preciados. Dependía de la caridad, algunos transeúntes le dejaban monedas al pasar. Cuando reunía lo suficiente, se compraba un litro de vino barato, bebía aburrida, sin ilusiones esperaba su final casi con la misma indiferencia de los padres que no superan la repentina pérdida de un hijo. A veces; nublada Por el alcohol, se detenía en la puerta de la fnac y a gritos decía que una parte de ese edificio le pertenecía, hasta que el guardia jurado impotente llamaba a la policía; después íbamos nosotros, la metíamos en una ambulancia, la ingresaban un tiempo en el psiquiátrico y cuando se recuperaba otra vez regresaba al mismo lugar. Por eso supe algo más de ella: Los fantasmas del orfanato donde pasó la infancia estuvieron siempre metidos en su memoria. Las vejaciones, el frio, el hambre junto a otras cosas más turbias le provocaron insomnio permanente. En su juventud tuvo la mala suerte de tropezar con la heroína al asistir junto a una amiga al primer concierto de los Rollin Stones en España. Esa noche durmió mejor, borrandose de golpe las pesadillas que le impedían conciliar el sueño. Poco a poco cayó en la trampa de la droga, no tuvo más remedio que usar su cuerpo agraciado de pelo triguero y mirada grande como el musgo húmedo. De esa forma tan fácil consiguió pagarse la felicidad traicionera que le brindaba el caballo, encontró un costoso antídoto que apagaba sus pesadillas junto a la dependencia física que le obligaba a consumir cada día. Ejerció la prostitución entre la casa de campo y la calle montera, sitios en los cuales, ofrecía sus servicios hasta que, empezó a encorvarse su espléndida espalda Lorquiana y su figura decrépita dejo de atraer clientela para terminar siendo un despojo humano. Pasó de prostituta a mendigar por las calles. Una vez Llegó a ser conocía en todo el país porque un día evitó que unos desgraciados apalearan a un perrillo vagabundo. Alguien la grabó con un teléfono, compartiendo el vídeo en una red social, su gesto heroico, tal vez por ser navidad, sé volvió viral, surgiendo miles de cometarios positivos hacia su persona en los días siguientes. En Internet la noticia de hoy mañana es historia que cae en el olvido. Así pues cuando tres meses después falleció de un paro cardíaco, solamente el perro que había salvado estaba a su lado. El forense que certificó su muerte, descubrió una nota arrugada dentro de uno de sus puños cerrados con rabia. Quizá ella, intuyendo que el viaje a la región de la noche eterna estaba próximo, dejó escrito el siguiente mensaje: -cuiden de mi perro por favor- y- váyanse todos: ¡a tomar por culo!.