lunes, 19 de junio de 2017

Güisqueria Juver ||

Pasó el tiempo, y en él, se diluyó mi enfado con florero, volví a readmitirle en la güisqueria gracias a Kunki que, de naturaleza era   religioso, buen amante del alcohol y dotado de una sensibilidad de costurera superlativa. Se lo había encontrado un día lluvioso de otoño esperando el autobús, y la pena, que siempre fue la parte débil de su carácter, hizo que detuviese el coche a su lado, y le invitó a subir. En el trayecto, lamentaba lo sucedido conmigo, mostrándose muy arrepentido al ser descubierto hurtando los cafés. Kunki me transmitió la conversación  novelada, muchas veces, cuando estaba saturado de vino blanco y sus ojos se asemejaban a telarañas rojas, casi siempre, se arrancaba con alguna noticia, historia o cuento, dotaba de una atmósfera misteriosa las madrugadas sin clientela del Juver, a veces, me defraudaba tanto su lentitud de prosa etílica,  labios pegajosos y lengua flácida; que me aburría, en cambio otras, me obligaba a detener mis quehaceres, prestando así, más atención a lo que relataba. Aunque esas, las buenas historias, las iré narrando en otra ocasión. Por Ahora, centrémonos en la noche que desapareció una pulsera de oro y en todo lo que sucedió después:

Florero, había permanecido sentado hasta esfumarse en el lugar de siempre, esa vez tenia un competidor similar a él metafóricamente hablando, claro. La navidad  acababa de llegar, con ella, aumentó la nieve en los baños, el frío en la calle y el dinero de la paga extra para derrochar. El local estaba saturado de adornos por las paredes; un árbol de navidad, como he dicho, desafiaba, estático, altivo y barroco desde la columna, a florero, éste, de vez en cuando, al salir de un micro sueño, tras desperezarse, retorcía aún somnoliento su cuello de búho, sin despegar el trasero del asiento y con la verticalidad de su cuerpo alineada a las patas del taburete, disimulaba mientras lo  observab ajustando un ojo, parecía imitar a un capitán de barco que, con desconfianza marina vigilase unas peligrosas  nubes negras por barlovento. El árbol tenia cintas de colores, figuras y bolas brillantes. Era tan grande, que si se lo hubiese propuesto, podría haberse acomodado  en una de sus ramas como si fuese parte del decorado. Fue entonces cuando: Laura, la bailarina Letona recíén llegada de la república Báltica, estaba a punto de ejecutar su numero especial en la barra vertical, el local estaba cargado de hombres; algunos expulsaban con cierta chulería por la boca, volutas con el humo de sus cigarrillos, más de una filigrana llegaba hasta el techo de color incierto, el calor del local se condensaba en los cristales de los ventanales, y las mujeres de vida fácil, bebían agua en botellas de champán caro mientras escuchaban aburridas lo mucho que querían a sus mujeres  los señores que les habían invitado a un benjamín: de repente, una voz masculina y autoritaria, exclamó en voz alta:

—¡enciende las luces! ¡enciéndelas joder! ¡me falta la pulsera de oro¡ !quién de vosotras me la ha robado?. En ese momento, yo preparaba la canción que debía de sonar por los altavoces, sincronizaba como muchas otras veces la mirada con la bailarina de turno, así, en el preciso instante que me diese la señal,

sonaría la canción, el tema acordado esa vez era: After Dark del grupo: Tito y Tarántula, pero en el primer punteo de la guitarra electroacústica, fue cuando escuchamos todos los presentes; la voz intimidante sin acertar a quien pertenecía, suspendí de inmediato la música en el instante  que Laura, emulando a Salma Hayer iba a comenzar su actuación estelar ...Continuará



Miré hasta distinguir en la penumbra nebulosa  del local la voz que exigía la pulsera. El que gritaba no era otro que  El picador: un minero del pozo el Carmen de la Silva. Un tipo grande, feo y polémico. No era la primera vez que venia por la güisqueria y rara también, no era  la vez que no discutía con alguien por cualquier estupidez. Lo primero que hizo fue agarrar a la meretriz con la que había estado consumando en una de las habitaciones un rato antes, ella, en ese momento, hablaba con un muchacho joven y enamoradizo que desaba sacarla de allí. El tenia todo para conquistarla: menos dinero. Cuando el picador de la Silva llego a su altura; la agarro por el brazo, clavando con una fuerza impropia en el bíceps derecho una de sus manos, la levantó del asiento, en volandas, sin que su acompañante pudiera evitarlo  y, a gritos, mientras le salpicaba con saliva la cara, le  increpo y la  zarandeó fuera de si,  poseído. La prostituta, cuya fisonomía era de extrema  delgadez ,se defendió a gritos y araño su  cara con la manicura reciente. Este, nublado por la afrenta, fuera de si, cargado de cólera; abrió una mano y abofeteo  reiteradamente con la palma  abierta y el dorso ambos mofletes. En ese momento, el joven que la acompañaba, se abalanzó sobre él. He de decir, que le echo valor, aunque su fisonomía enclenque junto a su escasa  estatura no pronosticaban un desenlace favorable. Aún así,  no fue un impedimento para enfrentarse al gigante de la Silva, al verlo aproximarse, de un puñetazo; le quito la sombra del bigote y le achato la nariz; la sangre le bajaba por las fosas nasales y el labio superior se asemejaba al carmín. Kunki junto a otros tres clientes  no se quedaron impasibles  y se lanzaron  sobre él, intentaron separarlo, pero el picador de La Silva, semejante a un Sansón dopado, se zafo de los cuatro en menos de treinta segundos, a uno lo lanzo contra una mesa, otro corrió peor suerte ya que de un empujón; lo empotro contra la pared  dejandole   inconsciente, el tercero al agarrarlo por la camisa lo estiro hacia  atrás,  intentaba darle puñetazos pero estos, se estrellaban en la densidad cargada de humo y sudor del local, cunado se canso de jugar con él, lo golpeó en reiteradas ocasiones hasta que se desplomó en el suelo pringoso. La prostituta en ese intervalo de tiempo y confusión; telefoneo a su chulo y Kunki hombre gallardo y valiente pero de escasa pegada, le lanzo un de rechazo que impacto como una suave caricia en su nariz;fue entonces cuando una sombra, justo en el instante que ya tenia el brazo armado para embestir a Kunki, le rompió en la cabeza una botella de gaseosa  de patato, un distribuidor de bebidas carbonadas de San Miguel. Mientras sucedía eso, en los arcos un grupo estaba enzarzado en otro altercado, eran dos amigos del picador que increpaban al resto de las meretrices, ellas, histéricas gritaban sin parar pidiendo que detuviesen la pelea. Yo, observaba todo a una distancia prudente detrás del mostrador, encendí un pitillo, y espere paciente. Estaba acostumbrado a las peleas, no era algo nuevo, esas cosas sucedían de vez en cuando. No temía por el mobiliario del local; Carlos el de la rábica un vendedor de seguros  me había hecho un seguro  a todo riesgo cuando abrí. En ese momento, alguien abrió la puerta; cruzo el umbral y, entonces, si que supe que se iba armar una muy gorda esa noche. Toqué con un pie la alarma que estaba conectada al puesto de la guardia civil, miré el reloj de la pared y me dije, -espero que el cabo San Mame no tarde en presentarse aquí-. Continuará

El tipo que acababa de entrar en el local era el chulo de las prostitutas que trabajaban en el Juver, levanto un poco la mandíbula para saludarme a la vez que apartaba, para abrirse paso, varias sillas y mesas repletas de ceniceros y vasos con hielo a punto de diluirse. Le llamaban Duglas debido su afición a mascar chicles,  su semblante petro intimidaba hasta las  fotografías sonrientes del calendario Pirelli, decían de él, que sólo sonreía cuando leía en la prensa, las esquelas diarias. Aparentemente era un hombre anodino,algo espigado, de pelo graso triguero, imberbe y de ojos estrábicos  pequeños y hepáticos. Aun así, nadie osaba contradecirle. Solventaba la situaciones mas incomodas con lo que guardaba a la altura del hígado. Nadie sabia exactamente de dónde era su procedencia, se rumoreaba que había llegado al puerto de Vigo de polizón; huyendo de Buenos Aires donde asesinó a un hombre que hablaba demasiado, otros decían que era del norte de Portugal y había sido traficante de toallas hasta que los chinos hundieron el negocio. Kunki la fuente de información que mas confianza me daba; me dijo que allá por el sur, en la Linea de la Concepción pasaba tabaco de contrabando a los bares de Cádiz  había desaparecido después de una reyerta por una hembra gitana a la que el viento caliente del Levante le subió la temperatura de la sangre  se encapricho de su mirada incierta en la Venta de Vargas y el gitano  que cantaba por Bulerias saltó del tablao se fue a por él con una navaja, Duglas que lo vio llegar sacó la suya; de cachas blancas y filo largo, le rajó la cara y le pinchó en los riñones. En fin que su misterioso pasado era una incógnita sólo sé que conducía peligrosamente por las carreteras de la vida sin  carnet de conducir . Volviendo a la reyerta, el chulo se planto delante del picador de la Silva, yo encendí las luces y los otros detuvieron la pelea en ese instante, al darse cuenta que Duglas miraba al hombre que permanecía en el suelo inconsciente después del golpe con la botella de gaseosa. Le preguntó a la mujer que había ocurrido y ella le relato todo según  fue, los amigos del picador no se atrevieron a decir ni una sola palabra. El Juver estaba en silencio mientras la mujer asustada le contaba a su chulo lo acontecido minutos antes de que el llegara. Entonces Duglas dirigiendo la mirada a los amigos del picador  dijo lo siguiente: -Yo tengo unas reglas, un código que no me salto y quien trabaja conmigo lo conoce, vosotros -continuó- sois la clientela a la que me debo y jamas, - ahí elevo algo el tono de voz-  repito jamas, ninguna de las chicas que trabajan para mi, osaría robar a quien de alguna manera le da de comer, así que; cojed ahora mismo a este saco de carbón y sacadlo de aquí inmediatamente. Uno de los amigos quizás deshinibido  por la ingesta de alcohol y  farlopa le respondió  tímido: -pero le falta la pulsera de oro. Duglas lo miró serio , aparto al resto de la gente que le dificultaba el paso hasta llegar a su altura, le puso una mano en el hombro y rápidamente sacó de la gabardina un colt cuarenta y cinco  que acotaba el diálogo y lo encañono  a la altura de la frente con el. Este, asustado levanto las manos como si se rindiese. Duglas después  le ordeno que sacasen a su amigo del local y así hicieron sin rechistar mas. Cuando salían por la puerta les dijo que la pulsera  aparecería  y que al día siguiente iría personalmente  a devolvérsela y a cobrar los daños y perjuicios por los golpes que le había propinado a su chica.  Yo, inquieto, observaba el reloj y me decía -ojala que no se presente el cabo san mame-. Los hombres magullados poco a poco se fueron recuperando y el chulo pregunto a todos los clientes si escondían la pulsera. Me pidió que cerrase la puerta de salida, quería registrar a todos los clientes en una habitación. Eso le llevo unos veinte minutos, trascurrido ese tiempo en vista de que ninguno de los presentes la llevaba encima los dejo marcharse. kunki en ese intervalo de tiempo me  dijo entre murmullos  que desconfiaba de florero porque de repente había desaparecido en mitad de la trifulca, en ese momento se presento el cabo San Mame junto a un numero de la guardia civil, excuso su tardanza porque otro asunto les entretuvo, pregunto por los echos acaecidos,  yo lo persuadí  diciendo  que todo se había aclarado, el guardia civil que acompañaba al cabo San Mame miraba el árbol extasiado, la luz del local permanecía encendida y fue el guardia el que dijo cuando estaban a punto de abandonar el local: -Vaya árbol mas chulo de navidad, no le falta detalle, le has puesto hasta una pulsera dorada-. Cuando la pareja de la Benemerita se fue, Duglas cogió  la pulsera y la guardo en el bolsillo. Todos sabíamos de sobra lo que haría con ella al día siguiente. ¿Cómo apareció  ahí la pulsera? se preguntaba Kunki y todas las sospechas conducían a florero, me  contaba después de que el chulo se fuese, decía que del miedo, debió de arrojarla contra el árbol. Puede ser -le respondí-, recuerda que estuvieron bailando cerca del árbol, tal vez se le soltase y termino en una rama de casualidad y como a veces las cosas que se buscan están a la vista, por pura lógica pueden pasar desapercibidas. El negaba con la cabeza y arrugaba la nariz helénica sin dar credibilidad a mi teoría. 

El local estaba comenzando a vaciarse, un señor sexagenario que no conocíamos,  al marcharse lo agarro por el brazo  y le dijo: -menos mal que su amigo calvito y chaparrete agarró la botella de gaseosa y se la estampo al otro- ¿eh?-  Kunki en ese instante, notó cómo le enrojecía la piel del rostro, dio un ultimo trago al vino barato y, avergonzado, salió a la calle sin mirarme a la cara al despedirse, diluyéndose calle abajo, en la oscuridad fría de la noche mientras sonaba el tañido de las campanas de la iglesia que anunciaba una nueva jornada en la orden del Cister.

sábado, 17 de junio de 2017

Mi ley, la fuerza de

El miércoles  di un paseo por la playa que está pegando  al  antiguo puerto de pescadores del Molinar, en  Mallorca. El sol, a esa hora de la mañana, comenzaba a ser agobiante en el útero del Almirante de los vientos: El Levente. Delante de mí, caminaba una niña, seguro que imaginando mundos – me dije-. Calculé que rondaría  tres años de edad. Le protegía de cerca,  la sombra de su abuelo. Fue entonces, cuando divisé a una milla de la costa de Palma, el barco de Greenpeace, a la vez que un avión descendía, otros dos esperaban en el cielo. En la misma postal, dentro del puerto, en la dársena de poniente, dos cruceros ocupaban el muelle. Sin querer, desempolvé  algunos papeles arrinconados en la memoria. Los  lienzos pintados con la inventiva,  el fruto de viejas lecturas  que, en ese preciso instante se transformaron  en algo real. También pensé en Marce Palau, un navegante que desconfiaba mucho de esos  colosos. Ahora, reposa en el sitio que siempre deseó; cerca de  Benicarló, el pueblo de su infancia, envuelto en el sudario azul del Mediterráneo.

Recordé lo que nos contó una noche de febrero en Vigo,  a bordo de una goleta en el amarre del puerto. Habían llegado esa tarde, tomaron un descanso tras varios días de navegación agitada desde no sé qué puerto Danés. Al día siguiente, junto a la tripulación y ante un atlántico en calma, continuaron con la navegación rumbo  al  puerto de Vinaroz. Lamentaré toda mi vida no haber podido enrolarme el primer día, pero  guardaré eternamente esa visita. Yo, que nací en el interior de la Península Ibérica, no tardé en saber que un vecino mío, había sido un gran navegante, su nombre: Álvaro de Mendaña, su esposa: Isabel Barreto, fue la primera mujer que obtuvo el grado de General o Almirante de la corona  Española, juntos  partiendo del Callao, viajaron por segunda vez a unas  islas del Pacifico sur. Él, en una expedición anterior, las había descubierto. Tal vez, de tanto ver el ancla que hay en el ayuntamiento en honor a tan ilustre vecino, contagió  mi atracción   marinera. Por eso,  cuando aquella noche  Marce Palau, nos relató varias aventuras marineras en un salón  de la goleta,  escuchamos embobados.  Casi al final de esa velada Señaló con nostalgia  -hoy cualquiera es marinero por obtener  un título, ahora  navegar parece fácil-. Entre tragos, y pausas en las que yo creía escuchar al Nautilius  dijo: -Desde que el hombre es hombre, siempre navegó con la fuerza del viento, la fortuna y el valor. Egipcios, Griegos y por encima: Los Fenicios,  con unos rudimentarios y efectivos instrumentos arribaron en  Bahías, radas y costas del mar mediterráneo igual que en otras latitudes, en las cuales, tampoco existía  más g.p.s. que el sol, constelaciones de  estrellas, remos, la astucia y el ansia por colonizar. -Somos- tras una pausa continuó- -Los descendientes  de aquellos  intrépidos hombres, tanto; Polinesios, Vikingos (Normandos) y Portugueses, entre otros, los que mezclaron los rasgos genéticos  de nuestros antepasados hasta  hoy... -Los marineros, -siguió-, antiguamente,  al encontrarse  en las tabernas de los puertos, reconocían a los que habían atravesado a vela los cabos australes-… Antes de irnos a los camarotes, -dijo-  -siempre fue así- y concluyó la velada con la ultima frase  -hasta la revolución industrial que cambió todo-. Él, que los últimos años de su vida los pasó  entre  Ibiza y Formentera, le daba una risa cervecera  al cruzarse con algún marinero de yate y aros en las orejas.

Pensaba, al llegar a la playa en él y en  lo rápido que va todo. Ahora, miles de pseudoviajeros pasan unas pocas horas en las ciudades que visitan, descienden de  parques temáticos flotantes  sin el más mínimo interés, desconocen  quién fue, por poner un  ejemplo,  el fraile del monumento que fotografían en el paseo de Sagrera aquí, en Palma, en Barbados o en San Sebastián de la Gomera. La necesidad por mostrar la foto al instante   a los amigos virtuales: es la prioridad. A veces deseamos que pase el tiempo sin saber  para qué, creemos   que las reglas del juego las inventamos nosotros, olvidamos  que  hay regueras con el nombre Rio bravo  como en mi pueblo esperando a que Zeus amontone nubes, y  es entonces, cuando el caos nos pondrá la cara de emoticono incrédulo. Acabaremos  remolcando un iceberg. Y  en esos momentos supinos es cuando me digo, ojalá  a Poseidón le dé por tener un ataque de tos un día de estos y le clave el tridente en la proa  por debajo de la línea de flotación a uno de esos edificios  que navegan arrogantes por ahí. Y espero, que Éolo; entregue la bolsa a los niños, los músicos y la bibliotecaria, si es qué hay una a bordo. Aunque, estoy seguro que  el capitán intentaría abrirla, y no tengo ninguna duda, de que alguien, inmortalizaría el momento creyendo  que forma parte del espectáculo, y es, en ese  instante, cuando me dan ganas de retroceder a mi época quinqui; comprar una flauta en la farmacia, telefonear a telejaco ¿cuánto quieres?  Y meterme en la cama igual que Ramón Sampedro. Aunque después, entre otras cosas, me quita las ganas  esa niña medio Valona que de vez en cuando miraba si seguía ahí, desconocía   lo que pensaba  su abuelo. Ella, ausente,  construía una  torre que esconde  secretos con un cubo rosa que antes  olvidé mencionar.

Su madre, mi hija: es una de tantas  guerreras o guerreros del arco iris diseminados  entre  faros, atalayas  o baluartes,  aguantando  el peso del mundo; son y serán, el  refugio de  los viejos barcos cuando regresen cansados en busca de los puertos que dan abrigo y esperanza humana. Evitando así,  que un temporal de fuerza diez, rompa sus mástiles, rasgue las velas, y  los  deje  varados  en una playa desierta, mostrando la corrosión de las cuadernas con restos  de salitre, a un hipotético  crucero holandés  repleto de esperpénticos turistas   disparando fotos, ignorando que ellos,  son fantasmas sin moneda de Caronte aunque vayan en barco.