jueves, 20 de abril de 2017

La güisqueria Juver

—Qué tarde es—pensaba—mientras limpiaba los vasos. A esas horas de la madrugada en el interior del local a penas tres clientes ocupaban alguno de los taburetes de polipiel cuya adquisición se la había truequeado seis meses antes al nieto de un gitano austriaco que había combatido con Hitler en la 1° guerra mundial y que ahora trabajaba de peón en la construcción en la provincia de Lugo. En una de  tantas noches de viajeros de paso, se dejó caer por aquí, buscaba  aliviar el vomito de su escroto entre las paredes del baño húmedo de la herida abierta de alguna  meretriz  sin menopausia adicta al jaco. Un asiático risueño y hablador  jugaba a la máquina tragaperras, lo mismo podía ser Chino, agente doble de Corea del Norte o traficante de armas Yanqui. Las chicas se habían retirado a dormir. Era lunes de bostezos y fin de mes, no tenía demasiadas expectativas por si algún cliente se dejaba caer esa noche sin luna. Dos horas antes: en el almacén, hablé con "El Legia". Le expliqué la estrategia para que estuviese atento cuando  "florero" se fuera.
Kunki que así le llamaban también, tenía otro nombre, pero de no usarlo se había olvidado de el y recurría a sus documentos  para recordarlo. Una noche la Guardia Civil se presentó por sorpresa en la güisqueria, le preguntaron  su nombre y el muy imbécil saco el DNI de la cartera, y por inercia se pasó con algo de  nostálgia los perfiles plastificados entre lengua en busca de el sabor amargo que dejan los restos de la Fariña. El agente se percató de la escena y lo registró a conciencia, descubriendo en el fondo del bolsillo pequeño de su vaquero de mercadillo: una piedra diminuta  de hachís. Los Guardia civiles se felicitaron, suspendiendo de inmediato la redada con el botín incautado al paraca, junto a un sobre de espidifren abierto requisado a una prostituta Nigeriana de dieciocho  años que llevaba en el bolso para combatir el dolor de las llagas bucales provocadas por la  succión continuada de prepucios con falta de higiene. Total que éste fue esposado allí mismo, humillado delante de todo el personal y mientras le afeaban la conducta, fue conducido por un séquito de ocho agentes bajo el mando del Cabo San Mamés a un vehículo policial dónde pasó la noche.

Continuará...
Volviendo a Kunki, he de decir en favor suyo, que nunca tuvo demasiada fortuna. De joven, se rompió una pierna al tirarse desde una altura de tres metros en una escaramuza contra un grupo de soldados marroquíes, cuando cumplía el servicio militar; allá abajo, por Ceuta: en el tercio de la legión Duque de Alba 2° dónde sirvió con rectitud durante un año, aunque se licenció sin honor, debido al incidente con el soldados marroquíes en el que fue acusado por los mandos del Ejército español, y condenado a la pena de sesenta días de arresto  porque no advirtió como acabo de relatar; desde la garita en la que hacía la guardia, de dar aviso al cabo 1° de las sombras que se movían en la oscuridad, las dunas y la noche estrellada. Él  reconoció, en una de las tantas madrugadas que me acompañaba en el Juver, tras haberse bebido un par de litros de "achampanado" que no era más que vino blanco de batalla; mezclado con gaseosa y que, provocaban que su lengua hablará más de la cuenta. «Pues si, Iván» —me contaba— «estaba aliviando mi calor en la garita» «como estaba Esteisy» tras una pausa espontánea, rememoraba a  la gachi de la contraportada del As: «una rubia neumática con más curvas que la carretera del campo de las danzas» —decía—medio riéndose, al tiempo que un halo de tristeza recorría sus ojos de pestañas en flor y cejas melancólicas. Yo, para evitar que se emocionase más, le ponía: "el novio de la muerte" y él, se cuadraba; simulando con ese acto íntimo que le  devolvía la honra perdida aquella lejana noche de su juventud en África. A Kunki la desgracia siempre le acompañaba, hasta el Ayuntamiento le cobraba el impuesto de circulación, porque al caminar ocupaba demasiada calle. El arqueo de su pierna izquierda parecía tener vida propia, e iba por libre. El alcalde, en un pleno extraordinario celebrado a traición el día de las fiestas patronales, decidió por unanimidad cobrarle una tasa por ocupar demasiado espacio en la vía pública. En fin, dejando a un lado la vida de Kunki que da para mucho, me voy a ceñir a los hechos de esa noche. Cómo dije anteriormente, habíamos quedado en hacerle una emboscada a: "florero". Este tipejo, llevaba chuleándome el café varios  días seguidos. Y lo peor es qué; a las cinco de la tarde, hora en la que habría la güisqueria ya se presentaba y no se iba hasta que el perfume barato de la última ramera no se disipaba del local. Se sentaba como de costumbre, en el mismo taburete; pedía un café con leche, y allí, permanecía sin moverse todo el tiempo. Leía y releía la prensa escrita, a veces, cerraba los ojos y sesteaba un poco, desafiando las leyes de la física, con unas posturas imposibles de mantener para cualquier mortal. Más tarde, después de echar definitivamente el cierre de la güisqueria, me enteré por Alexandra la contorsionista; que ese cabrón era un racista: sólo le interesaban  las prostitutas negras. Y que dentro de su pequeño cuerpo pasado de peso, calvicie declarada y  piel blanca de enfermo terminal, escondía una filia sexual rara. Según me contó Alexandra; se gastaba la mitad de su pensión en la adquisición de fotografías de las rameras africanas obrando en el baño.

Continuará...

Y así fue como Kunki, desde el sur de la barra, apostado, haciendo una imaginaria, lo agarró en la puerta, justo antes que la sombra de la calle nocturna camuflase su reciente hurto. Yo, fingiendo que no me enteraba, había echado una mirada por las habitaciones del pecado, para ver si las trabajadoras carnales dormían. Toque suavemente la puerta de Romina, y ella, con voz de cantautora fracasada en la linea 8 del metro de Dublín, me invitó a pasar. Abrí un poco la puerta y, desde el umbral, sin llegar a entrar del todo, observé su cuerpo aún mojado por la reciente ducha. Acababa de desprenderse; del olor a sudor, alcohol y semen de hombres que habían alquilado su cariño un rato. Como el minero que sale negro de la mina, así se desprendía ella de la mugre emocional que impregnaba su cuerpo. Dejó la toalla de espaldas a mi, en una silla, sin importarle que yo escrutase con ojos de deseo los pliegues de su piel de nieve, salpicada de lunares que formaban constelaciones estelares por toda la espalda, su trasero era semejante a un corazón invertido, terso como el de una atleta del telón de acero. El cabello oscurecido por la ducha le llegaba por  debajo de la nuca. Al darse la vuelta, vi sus mejillas d sarampión plagada de puntos  marrones  diseminados entre la frente, nariz y pómulos. Los ojos de mar invernal  me miraban cansados, mientras yo, recorría la brevedad de sus pechos rosados y  el bancal de su vientre que terminaba en un  bosque de fuego. De repente, oí las voces que daba Kunki y eché a correr hacía la güisqueria, pensando en sus piernas, similares a las columnas de la bandera de España. Y allí estaban los dos, forcejeando. Kunki  tenía agarrado por un brazo a florero, que intentaba zafarse de él sin fortuna. Al llegar donde ellos lo soltó, y como un cancerbero, se colocó delante de la salida, impidiendo así, que el otro saliese a la calle. Florero; nervioso, despeinado y con la camisa por fuera debido a la disputa, negaba mis acusaciones alegando que siempre dejaba el montante del café al ser servido. Después de una larga discusión le invite a no volver más por la güisqueria. Cuando se fue, Kunki tomó un achampanado para templar el pulso. Mientras acababa de recoger no dejaba de pensar en Romina. Él, se largo al ver que mi mente estaba en otro sitio.  Regresé a su habitación, pero esta, ya estaba dormida, o se lo hacia. Maldije lo idiota que fui. Había tenido mi oportunidad y la había dejado escapar, por una deuda irrisoria, media hora antes, y ahora, la pensión naranja de su monte de venus con sábanas limpias y besos sin retribución económica, acababa de cerrar las puertas esa noche o quizás el resto de las noches que le quedaban en el Juver.