viernes, 23 de diciembre de 2016

Los desconocidos

El equipaje le pesaba un horror; aun así, prefirió no tomar un taxi, de esa forma ahorraría veinticinco euros. Después de aterrizar en el aeropuerto «Adolfo Suárez» en Madrid, caminó desde la terminal uno, hasta la parada del metro. Llegó agotada, mientras se recuperaba por el esfuerzo, esperó junto a un nutrido grupo de personas que como ella iban cargadas de maletas, bolsas y otras pertenencias. Línea ocho; en «nuevos ministerios» tomaría la línea diez con dirección hacia «Alonso Martínez», donde concluía su trayecto en el suburbano. No se percató de que alguien la seguía, tal vez por eso: cuando al abrirse las puertas del vagón en su parada, una voz amable de caballero se ofreció a bajarle las maletas, creyó en su bondad. El supuesto señor, con una mano le cogió una de sus maletas,  introduciendo la otra sigilosamente dentro del bolso que le colgaba cerca de la cadera. Justo en ese instante: dos jóvenes gritaron -¡te está robando!-, el hombre puso cara de  sorpresa al verse descubierto, echando a correr  por las escaleras sin el preciado botín. Ella, asustada, ya fuera del vagón, no sabía muy bien que hacer, los dos chicos que dieron la voz de alarma también se bajaron en la parada de «Alonso Martínez». Al verla tan angustiada, se acercaron a ella y le contaron que el ladrón llevaba un rato al acecho, esperando el inminente bocado de una posible víctima. Agazapado como un depredador de la sabána de los que se ven en un documental televisivo. Por suerte para ella, el pasado veintitrés de diciembre, alguien intuyó lo que iba a suceder, observando pacientes  entre los pasajeros, preparados para alertara cuando el cazador furtivo actuase. Después en la calle, la mujer les dio las gracias por subirle las maletas. Antes de llegar a casa de su hermana donde pasaría esa noche, me llamó. Los dos muchachos se despidieron, mezclándose  con el resto de  viandantes de la bulliciosa calle, las luces nocturnas del Madrid literario que nunca deja indiferente a nadie para lo bueno o lo malo, dejaron una huella de esperanza en Vanesa -mi mujer-. Con voz algo temblorosa empezó a relatarme lo que le acababa de suceder. Antes de colgar me dijo que no sabía como agradecerles lo que habían hecho por ella. Ambos guardamos un silencio breve, el ruido de los coches se coló a través de mi teléfono, cuando retomé la palabra le dije  que parecía un buen cuento de navidad. Me contestó que el sentido de la justicia de quien ayuda no aumentaba ni disminuía dependiendo la época del año.  Recordó también que uno de los chicos llevaba un libro en un bolsillo de la cazadora. Antes de finalizar la llamada me dijo que debía de ser menos pesimista, si era capaz de confiar y esperar, tal vez saliese de la depresión. Igual  todo no esté perdido, -continuó diciéndome-  puede que el mundo sea un lugar menos difícil de habitar mientras haya personas cerca de los libros. Hizo una pausa para tomar aire, me mandó un beso y colgó.

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