lunes, 13 de marzo de 2017

relato finalista en Mallorca

A  Natalia:

Hola amor, ¿qué tal estás? Espero que bien. Te escribo esta carta porque los cinco minutos que nos dan a cada soldado los viernes para hablar por el teléfono vía satélite de la base,  no me llegan para decirte lo mucho que te echo de menos,  prefiero expresarme por este medio, así nadie me ve llorar cuando finaliza la llamada y evito que el resto de soldados que están en la cola noten mis ojos vidriosos. Sé que es algo  que nos pasa a la mayoría cuando llamamos a casa, tal vez el hecho de estar aquí, en medio de éste  paraje desolado, hace que  sintamos  mayor fragilidad emocional.  En este árido lugar, los días se hacen muy largos; un minuto parece una hora, una hora un día y un día equivale al mes que llevo sin verte. No pensé que resultaría tan duro estar  lejos de ti, cuando tomé la decisión no pensé mucho en las consecuencias. Lo sé, me cegó el dinero que ofrecían por venir y, ahora no sabes lo arrepentido que estoy. Mira que me lo advertiste –no vayas -haz el servicio militar donde te ha tocado-por lo menos nos veremos cada quince días- el dinero que percibas no hará que nos veamos-decías-  ¡Qué razón tienes amor! Ahora mismo daría todo el sueldo de los cinco meses que me faltan para regresar a casa por estar un día contigo. En fin, de nada sirve lamentarse. Sólo puedo alegar en mi defensa que pequé de ingenuo, los oficiales cuando nos reunieron a todos los soldados del cuartel en el salón de actos para captar voluntarios, hablaban de una experiencia diferente a la vida anodina y obligatoria que pasaríamos aquí. Contaban lo maravilloso que sería sentirse útil  a nuestro país en una guerra que ni siquiera era nuestra. Todas esas cosas absurdas nos las explicaron diciendo que nosotros solamente estaríamos para dar apoyo logístico, nuestra misión simplemente consistiría  en ser cooperantes, meros observadores, y eso es lo más lamentable, ver a los que no tienen nada y quedarnos indiferentes, es lo que peor llevo cuando pasan frente a mí; niños desnutridos, ancianos que apenas se tienen en pie, mujeres y hombres famélicos, caminando errantes hacia el convoy de las oenegés, en busca de una mísera ración de comida. Arrastrando los pies  entre el polvo de caminos empedrados que no llevan a ninguna parte. Sus caras sucias, los ojos hambrientos, vacíos, con  la ropa hecha jirones y restos de sangre seca. Personas sin esperanza, desplazados, sin casa, sin nada, salvo algún recuerdo de un pasado mejor. Gente afinada durmiendo  en tiendas de campaña, teniendo que soportar el hiriente frio de la noche, solo hay miradas asustadas. La historia sorda de los que la padecen frente a la historia heroica de los vencedores que será contada en los libros del futuro. Del otro lado de la alambrada estamos nosotros, contemplando casi impasibles la escena diaria que se repite. Es cierto todo lo que tratabas de explicarme del dinero, ahora lo entiendo, su valor es relativo, aquí no sirve para casi nada, tiene más valor una libra de chocolate o un bocadillo que un montón de dinero; hay quien dice, aunque es un rumor, que al caer la noche, alguna mujer se ha colado por la alambrada que delimita nuestra base y ha vendido su cuerpo por un litro de leche o un plato extra de comida de la que nos sobra. La guerra no tiene nada de romántica como nos hacían creer los oficiales que vinieron a captarnos. Pero amor: tienes que entender que no tenía opciones, o venia aquí ganando una importante suma de dinero, o me quedaba hasta cumplir el año de rigor haciendo el servicio militar obligatorio, sin apenas retribución económica y sin que sacase algo de provecho que me sirviese al retomar mi vida como civil. Siento haber tomado esta decisión pero ahora ya está. Si quieres puedes escribirme, en el remite va la dirección donde puedes enviarme las cartas. Una vez cada quince días viene un avión con provisiones, de paso trae el correo y algún paquete con revistas. Bueno, sólo me queda decirte lo que ya sabes: te extraño, en mi taquilla tengo una fotografía tuya, en la cartera llevo la misma pero más pequeña. Son las que te pedí  que te hicieses en el fotomatón  aquella madrugada de abril en la que regresábamos juntos a la urbanización donde  vivíamos, fue el segundo Sábado que estaba contigo. ¿Te acuerdas? Sales con el pelo alborotado: la fina lluvia nos había empapado de camino a casa, me habías dicho –espera que me arregle- te  revolviste el cabello con las manos, medio riéndote y con el dedo índice sugerente  en la boca, imitabas de forma burlona a las modelos de las revistas eróticas así de esa forma te veo yo ahora. Recuerdo con nostalgia tu escandalosa risa en la calle desierta casi al amanecer, nos abrazamos y continuamos caminando sin importarnos la lluvia hasta nuestras diferentes  casas de las afueras, en el trayecto escuchamos el ladrido de un perro, un gallo anuncio la inminente luz del alba, de repente dejo de llover y los primeros claros del día como en una fiesta, iluminaron de naranja y malva  la mañana, las nubes se disiparon en el cielo, pasando éste, por la influencia del viento de gris a azul con rapidez, haciendo que el tejado de pizarra de las casas brillara por el efecto de la reciente lluvia, la cúspide altiva de la catedral  con su  imponente rosetón esperaba paciente a que los rayos del sol se filtrasen brevemente por la nave central.  Y tú y yo, abrazados, viendo aquella maravilla, jurándonos amor eterno sin  necesidad de decir nada. Apenas han pasado dos años desde entonces. ¿Sabes qué hago alguna vez? Aprovecho  la oscuridad de las guardias nocturnas para cerrar brevemente los ojos, entonces creo que estoy contigo y mis manos recorren lentamente las avenidas de tu cuerpo de nuevo. ¡En fin!  guardo  tantos momentos hermosos a tu lado que prefiero no recordarlos ahora porque me pongo triste, aunque es cierto que si no supiese que a mi regreso me estarás esperando, no sé si sería capaz de superar lo que estoy viendo en esta estúpida guerra sin sentido. Que crueles son algunas personas, he llegado a sentir vergüenza de la falta de humanidad que hay aquí. Bueno, espero paciente tu carta, mientras, trataré de no dejar que me ahogue la melancolía, la distancia y la impotencia de esta tierra devastada. Te quiero Natalia.

Desde una Base itinerante militar de la OTAN en cualquier parte donde surja un conflicto bélico.

Siempre tuyo: Soldado de primera Jaime.

                                                                          

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