miércoles, 23 de agosto de 2017

Capítulo 2

                                          Capitulo II  

Javi era un carrilano que llegó una mañana de mayo a San Miguel. Se apeó del tren justo antes de que el interventor lo denunciase a la autoridad porque viajaba sin billete. Le gusto el pueblo y echó raíces aquí. Ayudaba a Crisitian en el bar los viernes, sábados o cuando se lo pedía. Entre semana fabricaba ataúdes de caoba con su jefe: Pacumbral o Funerarias, (ambos motes se daban por  válidos) en lo que hoy es la casa del pueblo. De joven llegó a ser Caballero Legionario Paracaidista, pero la mala fortuna le dejo una pierna con forma de Arco Olímpico tras un salto. Debido a ese percance fue licenciado antes de tiempo. Él deseaba seguir en el Ejército y al declararlo invalido, se quedó sin expectativas. Derrotado, abandonó Murcia con el carácter arañado, sin la posibilidad de gritar al viento nunca más el lema de los C.L.P: ¡Triunfar o Morir!. Esa decepción  lo condujo por las avenidas de la mala vida. Un día, se vio envuelto en un altercado con un tipo en un bar de carretera. El juez, al no ser la primera vez que su carácter levantisco lo metía en problemas, lo envió a la sombra seis meses para darle un escarmiento. En la cárcel,  conoció a un traficante de heroína turco con el que se asoció para bombear caballo de primera calidad desde el puerto de Rotérdam a los poblados de media España, esos en los que siempre hay lumbre aunque sea verano. Al final, la venta le pasó por encima. No resistió la tentación como hiciera  Odiseo atado al mástil  o San Antonio en los lienzos. Gracias al padre Manuel se apartó de la droga, pero después de cuatro años comiendo, entre otras cosas; yogures caducados, hacer mudanzas gratis y escuchar radio María, los mandó a paseo y se marchó dando un portazo y diciendo que ya no les debía ningún favor. Acostumbrado como estaba  a cerrar puertas y abandonar lugares, no sintió ningún remordimiento al despedirse.

Retomando la historia en el punto donde la dejé, regresemos  a lo que sucedió la noche de autos. Al instante exacto en el que se produjo la farsa.

Cuando Norman Bates estaba a punto de marcharse del otro bar de san Miguel: Javi, que  llevaba un rato de pie disimulando y dando vueltas a una bebida aguada mientras esperaba al lado de la puerta, se avanzó sobre él. Inesperadamente  le echó el guante; de un empujón lo mando contra la pared y le reclamó a voces y  con una teatrera mirada   de fuego: la deuda de los tres cafés que le debía a Cristian. Éste, rojo de cólera por la afrenta, lo negó todo. Javi  forcejeo con él. Los gritos  se escuchaban hasta en la plaza. Ambos cayeron al suelo, la poca clientela que a esa hora estaba en el bar,  no se atrevió a separarlos, salvo Mendoza, alias; Catorce pinchazos. Ese mote se lo puso en un club de Málaga un guardaespaldas porque el chulo de una prostituta a la que no le quiso abonar un servicio, intentó  asestarle en  su impenetrable pecho de hormigón armado;  catorce  pinchazos con un destornillador de fabricación china y dudosa calidad.

Mendoza, que no quitó  el pitillo de la boca durante toda la trifulca, no logró disuadir a Javi que, desde la entrada, le cerraba  el paso al pobre infeliz,  impidiéndole salir a la calle. Los chillidos no cesaron, uno quería salir y el otro no le dejaba. Veinte minutos después, dos patrullas de la guardia civil, alertada por un vecino anónimo que dio aviso, se personó en el local con los rotativos de los coches dando vueltas.  El Cabo Moctezuma, al frente de los tres números que lo acompañaban, ordenó que tomasen una  declaración minuciosa a los testigos presentes. No levantaron atestado por los hechos acaecidos. Todo se redujo a una fuerte reprimenda verbal del Cabo Moctezuma, afeando por igual, a los dos contendientes por su conducta impropia e inmadura; a uno por ladronzuelo; y a otro por romperle el cuello de la camisa. Javi, discretamente marcó el número de teléfono de Cristian e hizo una llamada perdida. Forjado con la vida que cargaba en la espalda, se entretenía negándose a hablar, al final, se disculpó como si fuese un monarca con muletas al que hubieran pillado de caza y dijo lo siguiente: «Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir». Norman Bates guardó silencio, con el orgullo agraviado por los golpes y el trato vejatorio al que fue sometido por la autoridad. Se largó   exagerando su paso altivo y  atusando con las manos, los cuatro pelos que tenía en la cabeza y con los que trataba de disimular  su decrepitud capilar. El Cabo Moctezuma obligó a cerrar el local de inmediato a la dueña. La argucia había salido bien. Cristian, aprovechando el revuelo del otro Local, contactó rápidamente con el proveedor.

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